A muchos de nosotros, la pandemia nos demostró cuánto nos cuesta estar conectados con nuestra familia.
Al estar encerrados en nuestros hogares, se introdujo una nueva dinámica que nos hizo convivir, compartir y estar juntos por mucho tiempo. Pero, estar presentes físicamente no termina de ser suficientes, sino en tener una relación saludable que impulse el crecimiento integral.
En principio, todos sabemos que nuestros hijos tienen diferentes necesidades según sus distintas etapas de desarrollo. Cuando son bebés, su dependencia total nos obliga a suplir sus necesidades inmediatas y dejar a un lado nuestra privacidad y egoísmo. Cuando crecen, la dinámica cambia y se requiere menos de nuestro esfuerzo físico y más de un enfoque emocional. Ellos ya no necesitan que se les cargue o se les cambie la ropa, pero necesitan que escuchemos, que estemos atentos y, más que todo, presentes.
Es impresionante que podamos convivir tanto con nuestra familia y aún sentir que no tenemos una conexión profunda. La distracción en lo que nos permitimos ocupar nuestra mente, bloquea la conexión emocional y espiritual que anhelamos tener con las personas que más amamos.
Cuando hay padres distraídos, principalmente por la tecnología, los niños aprenden a distraerse y formar sus esquemas relacionales con la misma metodología. Los hijos aprenden que pueden estar cerca de una persona sin entablar una conversación más profunda y no poner atención. Hay pasos prácticos para corregir.
Reglas claras. Los hijos no necesitan que estemos presentes todo el tiempo, pero cuando estemos es estar el 100% y si hay un distractor, como el teléfono, se debería dejar en otro lugar. Cuando nuestros hijos tienen este tiempo de calidad, se fortalece la confianza que tienen en nosotros y se dan oportunidades para conversar sobre los asuntos más importantes.
La distracción ha permeado nuestras vidas de tal forma que, si no tenemos una estrategia clara en cómo poner atención, terminaremos con mucha convivencia y poca conexión. Para combatir lo que nos distrae y estar presentes con nuestros hijos, necesitamos traducir la prioridad en acciones y comenzar a actuar de una manera más congruente. Así honramos a Dios con la relación que se asemeja a la relación que Dios mismo tiene con nosotros: un padre presente, de confianza, accesible y atento a sus hijos.