Padre, hijos y hermanos… la realidad de las relaciones que tenemos en la Iglesia, la familia espiritual. El reino de Dios es un reino de relaciones, y podemos utilizar muchas maneras de explicar los diferentes roles y funciones dentro del Cuerpo de Cristo. Pero si destacamos las relaciones más básicas o los roles que van a perdurar, nos encontramos con el Padre y nosotros, sus hijos, que nos convierte en hermanos los unos de los otros.
También podemos mirar al Padre en el rol del Rey de los reyes, lo cual nos revela la responsabilidad de funcionar como reyes en el reino del Padre. Estos sí son roles que van a continuar por la eternidad. Pero reflexionando de nuevo en la familia espiritual, está Dios Padre; estamos nosotros sus hijos, aquellos que hemos tenido un encuentro con el amor del Padre y hemos nacido de nuevo. Esto nos lleva a la realidad de que todos los hijos, somos hermanos.
En la familia hay un solo nombre en quien se nombra la familia, y es Jesucristo. (Efesios 3:15) No hay apellidos secundarios, carteles que establecen una “familia superior”, o más importante, o más ungida. Ni siquiera el Padre hace una diferencia de amor entre aquellos hijos que tienen revelación o no; ni entre aquellos que viven alineados a su identidad o no; simplemente estos temas son limitaciones temporales en sus propias vidas. La familia se establece por quién es Cristo, y solo Cristo. Por lo tanto, esto nos lleva a una reflexión para considerar: ¿Quién es mi hermano? ¿Quién forma parte de mi familia? ¿Cuál es mi responsabilidad frente a ella? También, debería llevarnos a meditar si estamos “amando con la misma madurez con la que el Padre ama.”
La Iglesia (refiriéndome a aquellos que han nacido de nuevo) a nivel mundial es una familia, es el Cuerpo de Cristo, un organismo vivo que es su extensión aquí en la tierra. La Iglesia ha sido enviada para demostrar el amor del Padre que es tan grande, desbordante, generoso y benigno, que es casi incomprensible. En nuestras limitaciones hemos aprendido a enfocarnos con la familia más cercana, la Iglesia local donde nos congregamos. Y como resultado de haber sido formados y nutridos desde los pensamientos del conocimiento del bien y del mal, separación, división, incertidumbre, inseguridad, brechas, malos entendidos, ofensas y dolor, etc., éstos han dominado muchas de nuestras relaciones en la familia. Pero esto está cambiando.
Al estar enfocándonos en ‘amar con la misma madurez del Padre’, se expuso la fuente de temor que había dominado nuestras vidas, y por ende, muchas de nuestras relaciones. El temor es un duro opresor que hace estragos en las relaciones de nuestras vidas, mientras nos encierra a enfocarnos en nosotros mismos y nuestra auto-preservación. La necesidad de defenderse, de no exponerse, la inseguridad frente a los desacuerdos y/o percepciones diferentes, son solamente algunas de las pocas grandes trampas que nos apresan y nos separan de nuestros hermanos. El engañoso amor romántico del alma había impuesto una idolatría sutil de las relaciones en la Iglesia, y cualquier imperfección en ellas que atentaba contra esa imagen, era la validez para estrechar el corazón, retraer el amor y alejarse. Una vez más, el Cuerpo de Cristo fue desmembrado y descoyuntado; hermanos parados en la “vereda del frente” para marcar la diferencia, el desacuerdo, la falencia o el error. Pero ya no más. Hay una estirpe diferente que siempre fue y es, que ha entendido que entre las cosas importantes en el reino, hay cosas “más importantes”. Donde el temor ha ejercitado su necesidad de “estar en control”, ese amor de “otra esfera” ha soltado ese control para dar libertad a que “hablemos la verdad en amor y juntos crezcamos en todo en Cristo”. Ese amor no busca defenderse o justificarse. Ese amor reconoce que su objetivo es dar y suministrar del corazón del Padre ese fluir de vida hallado en Cristo. No busca dominar, competir o imponer su camino, su creencia o su forma, aún cuando es el Camino claramente visto en la Palabra. Esa clase de amor es paciente y tiene una percepción desde lo eterno y el Eterno.
O nos nutrimos y vivimos desde la fuente de amor del Padre, o nos nutrimos y vivimos desde la opresión del temor. Desde nuestra verdadera esencia de amor nuestras relaciones serán liberadas para crecer, enriquecerse mutuamente y madurar juntos como hermanos, hijos de nuestro Padre. De lo contrario, estarán bajo la tiranía del temor que necesita estar al mando, controlando, dominando, manipulando y auto-protegiéndose. Cuando se identifican los sentimientos y emociones de inseguridad, insignificancia, competencia, ansiedad, intimidación, orgullo y soberbia, juicio y crítica, desprecio y menosprecio, celos y envidia, resentimiento y enojo, el temor está influyendo en tu vida con un solo objetivo: sacarte de vivir desde tu verdadera esencia de hijo, amor.
Cuando un hijo es inducido a salir del amor hay varias consecuencias, entre las cuales se encuentra lo siguiente: Vivir por la ley de la siembra y la cosecha, en vez de vivir desde la ley del espíritu de vida en Cristo. Se expone a sí mismo a la misma medida de juicio que está ejecutando y cae preso del engaño de la condenación. Para contrarrestarla se excusa, se justifica y acusa. Como un torbellino, cae en el pozo de las obras muertas apuntando su dedo a su hermano y sin darse cuenta, se ha colocado a sí mismo sobre las engañosas balanzas del bien y del mal.
¿Cómo podemos vivir y sostenernos en nuestra verdadera esencia de amor y fomentar relaciones fuertes y saludables? ¿Cómo podemos deshacernos de los patrones y percepciones que el temor ha grabado en nuestras vidas? ¿Cómo podemos vivir como esos hijos maduros que no permiten que luz se separe de luz (en cuanto a nosotros nos compete)? Obviamente, comienza con renovar el entendimiento del corazón, desde nuestra identidad de hijos amados y aceptos y TODO lo que esto abarca, incluyendo que el amor del Padre fue derramado en nuestros corazones, y ahora nosotros somos su amor visible y tangible aquí en la tierra. Pero será necesario que cada uno de nosotros tengamos una fuerte determinación de vivir quienes somos, y esto va a requerir que nos ejercitemos. Ejercicio mental, emocional, racional y en nuestras percepciones. He aprendido que una manera muy fácil para ejercitarse en la libertad del amor es aprendiendo a hacerte las preguntas necesarias y precisas en los momentos justos. Esas preguntas deben ser hechas a la primera señal de incomodidad, ansiedad o emociones negativas con respecto a una relación. Ese ejercicio te llevará a confrontarte a ti mismo con la Verdad, para que puedas identificar las percepciones y creencias equivocadas que están queriendo separarte de tu hermano/a.
Estas preguntas deben ser realizadas sobre verdades de tu identidad, y meditando cómo esas verdades te pueden ayudar a frenar el temor que quiere volver a tomar control. Por ejemplo: La verdad que eres acepto y amado por el Padre. ¿Qué significa esto para ti? No significa que serás acepto por todos los demás, pero eres especial, amado y acepto por la Persona más importante: tu Padre. No todos te van a comprender, pero esto no es importante. Tú tienes la aprobación del Padre. No tienes que ser TODO para todos. Te puedes equivocar y sigues siendo amado y acepto. También significa que no deberías sentir la necesidad de competir, de ser “tan bueno” como otro, ni tampoco sentirte intimidado por otro. Suena como “mucho”, ¿verdad? La verdad es, que cuanto más seguro estás en tu identidad de hijo, menos posibilidad tiene el temor de llevarte por “el mal camino” de la ansiedad, ofensa, acusación y comparación. Puedes ser quien eres, con la determinación de seguir madurando y dando a otros esa misma libertad y espacio para hacer lo mismo.
Preguntas claves que puedes hacerte son: ¿Por qué me siento con la necesidad de defenderme? ¿Por qué me sentí atacado? ¿Esa percepción es la verdad? Y si es verdad, ¿Quién soy para el Padre y cómo voy a responder impartiendo la vida de Cristo en esta situación? ¿Estoy transmitiendo lo que realmente quiero (o debería)? ¿Qué es lo más importante en esta situación? Esta pregunta es una pregunta clave, ya que siendo formados en el conocimiento del bien y del mal, obviamente el “bien” debe prevalecer, ¿verdad? Si sé que tengo la razón, “debería hacerla valer, ¿no?” No, si la verdad fuera “lo más importante”, qué nos sucedería a ti y a mi cuando erramos en la verdad. ¿Te imaginas al Padre imponiendo su razón, o poniéndose en la vereda del frente para demostrar su desacuerdo hasta que nos arrepentimos? Y de verdad, el Padre SIEMPRE tiene la razón. Sin embargo, lo más importante para el Padre es su amor para nuestras vidas y que nosotros podamos seguir avanzando en la madurez. Así que es paciente. Nuestra conducta no determina quién es Él, como la conducta de otros tampoco determina quién eres tú. Por lo tanto, tener la razón o aún, la verdad no es lo más importante. La verdad es que merecíamos la muerte, pero Cristo nos dio vida. Lo más importante es “cómo suministrar la vida de Cristo a esa persona o en esa situación”.
Es tu tiempo. Es el tiempo de la Iglesia, un Cuerpo fuerte y sano en relaciones que sabe mirar desde lo eterno. La Iglesia es por quien el Padre hará su mayor despliegue de gloria, su naturaleza de amor y los hechos concretos que lo demuestran. Sé quien eres, esa estirpe diferente que vive desde su esencia de amor, dispensando la Vida de Cristo en cada relación con la familia.Que nuestros Encuentros de Amistad sean los imanes que atraen a las personas a un encuentro de transformación con el Amor, el Padre y tú.