La psicología positiva para cuidarte, sin Cristo.

«Me tengo que ocupar de mí mismo». «Tengo que cuidarme a mí mismo». «Tengo que hacer lo que me hace bien». «Tengo que cuidar de mi propio bienestar y el de mi familia». «Tengo que pensar en mí mismo». Son frases que se escuchan mucho en este tiempo, pero carecen de un fundamento de la verdad que es Cristo. La instrucción de amar a tu prójimo como a ti mismo viene después de la instrucción de amar a Dios con todo tu ser. Significa que, si intentas poner orden en tu vida sin ese compromiso de amar integralmente al Padre, lo harás sin los valores eternos que dirigen tus decisiones en una sabiduría hábil. Por ende, te ordenarás hacia una vida temporal, terrenal y egoísta. Otros pueden llegar a tener «valores agregados» en sus vidas, pero como hijos de Dios no vivimos valores agregados, sino la esencia del mismo amor del Padre, que revela los valores eternos que generan las convicciones de su reino en nuestras vidas.

¿Qué sucede cuando amarme a mí mismo no me lleva a amar al Padre integralmente o a mi prójimo, mi hermano, un amigo que me falló, mi jefe o un compañero de trabajo, el vecino que me molesta, el empleado que me maltrató? Cuando los pensamientos y decisiones te llevan a la auto preservación o a buscar tu propio bienestar sin la perspectiva de Dios Padre, no estás amando con la esencia del amor que te fue dado. Estas amándote con un amor emocional, fluctuante e inestable, y esto no te traerá el fruto que buscas porque no es la manera de amarte a ti mismo.

El amor del Padre te lleva a amarte de manera eterna, desde su valor, propósito y bienestar. Es un amor que nos enseña provechosamente, no solamente para nosotros mismos, sino para nuestro prójimo. Ese amor te da la sabiduría y la fuerza de desechar aquellas cosas impuestas por las «imperfecciones de la vida» que enfrentamos diariamente, y vivir como quienes somos desde una seguridad fiable. Ese amor nos ayuda a evitar las decisiones egoístas que nos llevan a la pérdida y nos alejan de aquellas cosas que fueron reveladas desde nuestro interior como parte de nuestro propósito eterno. Quien busca salvar su vida, la perderá por las decisiones naturales y egoístas de la autopreservación apoyado en un pensamiento de «cuidado de mi bienestar propio».

No se desecha o se pone en pausa algo que forma parte de una vida integral de propósito en Cristo. Mi matrimonio, mi familia, el lugar donde el Padre me colocó dentro de su cuerpo no son cosas que sumé a mi vida y, por lo tanto, no puedo restarlos cuando las cosas se ponen difíciles. Yo no sumé mudarme a Argentina para después volver a la comodidad de mi país de origen en medio de las dificultades que Argentina enfrenta. No sumé un rol de liderazgo dentro de una iglesia creciente e influyente para después decidir tomarme un tiempo porque «siento» que no puedo con todo. Argentina surgió de mi espíritu. Estaba allí, depositada en el propósito divino, escrito en el libro de mis días para ser revelado en el momento propicio de vivirlo a pleno. Responder al llamado de un liderazgo dentro de una congregación no fue ni es algo que sumamos a nuestras vidas. En el momento favorable se nos revela, para evidenciarlo en una vivencia de convicción, determinación y honor. No lo sumamos a nuestras vidas, fue revelado desde nuestro espíritu. Siempre estuvo dentro de nosotros formando parte de la plenitud del Padre.

«Nadie tiene mayor amor que este, que dé su vida por sus amigos» (Juan 15:13). Cuando vivimos nuestra esencia de amor de manera integral, el bienestar propio y el bienestar de los demás siempre están suplidos. No es uno u otro. Para el Padre son ambos. Nuestras vidas son de gran valor porque es a través de ellas que la luz es revelada y las buenas nuevas proclamadas. Es verdad que lo exterior puede generar desorden interior cuando perdemos la prioridad de amar al Padre de manera integral, pero la solución no es restar cosas de tu vida en el intento de restaurar el equilibrio y orden, es volver a la pureza de tu esencia de amor. Allí, TODO se ordena, desde adentro hacia afuera. Este no es el tiempo de desechar tu propósito, sino de evidenciar quién eres, un hijo escogido, llamado y enviado.

Apóstol Kimberly Angulo

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