Si tuvieras que hacer una descripción de tu propia vida en plenitud, ¿qué incluirías en ella? ¿Qué imagen lograrías dibujar que describiera esa vida completa? Tener la perspectiva correcta de una vida de plenitud o de estar completo es fundamental para que puedas vivirla. Los conceptos equivocados llevan a pensamientos y decisiones equivocados y, por ende, nos impiden vivir una realidad que nos pertenece como hijos de Dios.
¿Habrá alguna diferencia entre las palabras «plenitud», «completos» e «integridad»? Son palabras con las que estamos familiarizados, aunque no siempre tenemos una clara comprensión de su significado y cómo se aplican en nuestro diario vivir. Podría resultar difícil identificar las sutiles diferencias entre estas palabras que, a su vez, podrían tener un gran impacto negativo en nuestras vidas si no las comprendemos correctamente. Estas tres palabras expresan la clase de vida que Cristo nos dio, formando parte de nuestra identidad y herencia como hijos suyos. Son verdades en Cristo que se viven cuando las aceptamos y las recibimos como «nuestra verdad. A partir de ahí, comenzamos a experimentar la poderosa influencia de su gracia en nosotros.
“Y nuestra propia plenitud ahora se encuentra en él…”
Muchas veces, en las escrituras se intercambian palabras en la traducción del griego al español como es el caso de «plenitud» y «completo». A veces, es la misma palabra griega traducida en distintas palabras castellanas. En otros casos, directamente son diferentes palabras griegas. En Colosenses 2:9, dice que «en él habita corporalmente toda la plenitud de la Deidad», refiriéndose a Cristo. Después en versículo 10, dice: «Y vosotros estáis completos en él…» «Plenitud» y «completos» en estos dos versículos son la misma palabra griega. Esa palabra tiene un significado más profundo que otras palabras griegas traducidas como «completos», que implica no solamente estar completo, lleno, abundante, sino se refiere a una satisfacción.
Alguien puede estar «completo» con todas las partes necesarias para vivir bien, pero no necesariamente disfrutarlo o saber cómo vivir esa realidad, y ahí es donde entra la plenitud. La plenitud va más allá de que simplemente estén todas las partes, se trata de una vivencia plena con una profunda satisfacción espiritual y emocional. Es la capacidad de vivir al máximo el estar completo.
“Estamos completamente llenos de Dios cuando la plenitud de Cristo se desborda dentro de nosotros…” Colosenses 2:10a, TPT
Vivir la plenitud en Cristo trasciende la condición natural y temporal. La plenitud se apropia de la verdad eterna en una vivencia. Es la realidad que se nos ha dado para vivir ahora, en este tiempo, vida en abundancia. Comprender que estamos «completos» en Cristo significa que su plenitud es nuestra plenitud. Mientras que algunos entienden que estar «completo» implica únicamente tener todas las partes necesarias, la plenitud nos lleva a disfrutar de una vida con todas sus partes en máxima satisfacción, realización y propósito.
La integridad, por su parte, consiste en la coherencia entre «estar completos» y «vivir en plenitud». Como hijos de Dios, «todo lo que podamos necesitar para la vida y la piedad ya ha sido depositado en nosotros por su poder divino, todo esto nos ha sido prodigado por la rica experiencia de conocer a Aquel que nos ha llamado por su nombre y nos ha invitado a acercarnos a él mediante una gloriosa manifestación de su bondad». 2 Pedro 1:3, TPT. Esta es la verdad del Padre para nuestras vidas. Sin embargo, simplemente recibir esta verdad como una teoría no traerá transformación a nuestras vidas ni a nuestro entorno. Es necesario pensar, creer y, para enfatizar aún más, estar plenamente convencidos de esa verdad.
¡Qué maravilloso es vivir en integridad entre «estar completos» y «vivir en plenitud»! La descripción de tu vida en plenitud, o la imagen descriptiva de tu vida completa y plena es posible cuando crees en la verdad de que «estás completamente lleno de Dios cuando la plenitud de Cristo se desbordó dentro de ti…» Para el Padre, esto es un hecho completo, pero para nosotros implica alinear los pensamientos de nuestros corazones a su verdad. Requiere meditar, pensar en voz alta, imaginar y tener un diálogo interno que esté en concordancia con esa verdad. Nos exige ser agentes aduaneros que inspeccionan lo que entra en nuestros corazones. Todo esto nos lleva a vivir en integridad, en la coherencia entre «estar completos en Él» y «vivir la plenitud» que esto nos dio.
¿Cuál es la imagen que estás dibujando en tu corazón acerca de quién eres y tu propósito en la vida? ¿Estás dejándote robar, sacando tu enfoque de Cristo, quien es tu centro y fuente? ¿Cuál es la descripción que tienes de tu matrimonio? ¿Qué imagen tienes acerca de tu familia y hogar? ¿Cuáles son los pensamientos del corazón en cuanto a tu economía, bienestar material o metas y proyectos? Quién o qué tiene mayor influencia sobre tus creencias, ¿Cristo, la palabra viva o tu entorno y las circunstancias?
“Porque cual es el pensamiento en tu corazón, tal serás, te dirás…;
Mas tu corazón no está contigo mismo.” Proverbios
Estás completo en Cristo y Él es la garantía de tu plenitud. No te conformes con menos de ser el hijo que eres, en el dominio de su amor donde puedes vivir plenitud y reinar en vida. Dibuja la imagen correcta en tu corazón y mente. Ocúpate de tu vida para vivir lo excelente.
«Vi pasar los años de mi vida, uno tras otro, anhelando que los cambios que la Palabra me decía se hicieran realidad. Esperé y creí haber confiado, pero el cambio y el incremento esperado me evadieron y me quedé solo con las migajas del manjar que estaba en la mesa. ─¿Dónde estoy errando? ─me pregunté─ Yo sé lo que Cristo hizo por mí, entiendo los beneficios de su sacrificio y la herencia que me pertenece. Soy un heredero, pero vivo como sirviente. Fui llamado a reinar, pero vivo como tributario del sistema de este mundo. ¿Cómo es posible?
Caí en un profundo sueño y me encontré en lo más profundo de un templo. Riquezas abundaban por donde miraba y las paredes resplandecían con una intensidad mayor que el sol. Miré para descubrir de dónde provenía ese resplandor, pero parecía emanar directamente de las mismas paredes. Vi la respuesta para una situación que estaba enfrentando y me acerqué para tomarla, pensando: «Esto es exactamente lo que necesito». De repente, sentí un escalofrío y una sombra voló de una esquina a otra. ─¿Qué es esto? ─me pregunté y retrocedí─. ¿Qué cosa horrible podría habitar en un lugar con tanta luz, riqueza y abundancia? Nuevamente, la sombra se deslizó con facilidad provocando temor y ansiedad. Mi corazón se aceleró y mi respiración se dificultó ante la percepción de un aire denso y carente de oxígeno. En mi temor clamé y dije: ─¡Señor, ayúdame. Líbrame de esto. Sácame de aquí!
Con una voz calma que transmitía paz, el Señor me dijo: ─ No puedo sacarte de aquí. Esto eres tú. Esto es tu vida y tienes el dominio aquí. Mi mente confundida quería argumentar, pero antes de que pudiera responder, vi y comprendí. Yo era ese templo. Yo era el lugar donde Cristo habitaba con toda su riqueza y resplandor. Yo tenía acceso a todo lo que Él es, sin embargo, en mi interior habitaban pensamientos de temor, escasez, juicio, opiniones basadas en mi propia prudencia, condenación, inseguridad y muchos otros pensamientos negativos. Cada vez que extendía mi fe para tomar posesión de lo mío, esos pensamientos se agitaban y dispersaban en mí. Me distraían, me paralizaban y me desalentaban. Terminaba retirándome de mi verdadera identidad, para volver a pensar y vivir como era antes, conformándome con las migajas. En ese momento tomé una decisión en lo más profundo de mi corazón y determiné expulsar cada uno de estos pensamientos. Eran adversarios, enemigos de la verdad, que actuaban en mi territorio, en el dominio que el Padre me había confiado. Me robaban la visión y el vivir mi herencia. Decidí transformar mi vida, renovando mi entendimiento y llevando cautivo todo pensamiento que se levanta contra el conocimiento de Cristo. Determiné vivir en integridad y desperté a una vida plena y coherente».