Viviendo el Bienestar del Padre desde un Corazón Puro

Marcos había experimentado un cambio radical en su vida cuando conoció a Cristo Jesús como su Señor y Salvador. Aunque su vida no demostraba ser un desastre total, la verdad es que cuando se vive independientemente y alejado del Padre y de su reino, se acepta una identidad y formación que no es propia de quienes somos realmente en Cristo. Marcos entendió esto y se ocupó fielmente de conocer a su Padre y aprender sobre su gobierno y reinado. Marcos avanzaba de manera acelerada porque tenía una determinación insaciable de vivir el significado que había descubierto en Cristo.

Su encuentro con Jesús lo limpió de las cargas del pecado y la separación que esto mismo había producido en él. Ya no estaba separado de la esperanza, de la posibilidad de conocer su verdadera identidad y propósito, y más importante, de vivenciar la presencia de un Dios de amor: Su Padre. El amor de Dios que se derramó en su vida halló una tierra fértil que Marcos fue fiel en cultivar, sembrando las verdades de Dios en ese terreno impregnado con Su amor. Se despertó en Marcos un profundo deseo de servir a Dios y ser una persona útil dentro de su familia espiritual en la visión que tenían. Marcos no comprendía la quejas y murmuración de algunos de sus hermanos; hermanos que “conocían más” que él y que habían estado antes que él. “¿Qué les pasó?”, pensaba, y aunque no quería faltarles el respeto, no era difícil percibir la “mala onda” que dejaban sobre su vida cuando compartían tiempo, así que decidió evitar pasar tiempo con ellos.

Aunque Marcos tenía mucho para descubrir y conocer, la pureza de su corazón le permitió ver a Dios manifestarse en muchas áreas de su vida. Siendo deseoso de vivir lo que otros habían alcanzado, observaba con atención lo que practicaban, lo que vivían y cómo hacían las cosas. Marcos se acercaba a personas que  parecían ser fuertes en Dios, pero muchas veces quedaba confundido hasta tal punto que comenzó a dudar de la veracidad de muchas cosas en el reino. Escuchaba a las personas que admiraba hablar de lo mucho que conocían pero sus vidas no reflejaban ese amor del Padre que él había conocido. Sus actitudes eran críticas y sus consejos estilaban una cierta opacidad y sospecha sobre otros y el compromiso de servir en la visión. Poco a poco Marcos comenzó a asumir sutilmente las mismas suposiciones y la desconfianza creció en su vida. Aunque siguió comprometido en querer seguir avanzando en descubrir su identidad y propósito y de disfrutar la presencia de Dios, algo había sucedido dentro de Marcos. Su deseo de servir estaba medido por sus propios intereses y la sensibilidad que gozaba antes en la presencia de Dios ya llevaba una carga de un quehacer obligatorio.

Una noche, desanimado y frustrado, Marcos sentía el peso de una opresión sobre él. Pero peor aún fue lo que estaba germinando dentro de él,  sentimientos de que él no valía para nada y  que en realidad nada había cambiado en su vida. Él se sentía desconectado de Dios, de la Iglesia y con temor en su compromiso en la visión. Mientras Marcos contemplaba si seguir a Dios o no, una suave voz le dijo: “Marcos, estoy aquí. ¿Dónde estás? Yo sigo en el mismo lugar de siempre, ¿a dónde te has ido? ¿Qué es esto que ha entrado en nuestra casa? ¿Acaso no disfrutábamos juntos aquí? ¿Quién dejó entrar a estos rivales en nuestro hogar?” Al instante que Marcos sintió esas palabras, aunque no podía distinguir si salían desde adentro de él o si venían de afuera él, había algo inconfundible: fue el amor y la paz que esa voz trajo de nuevo a su vida. Eran preguntas que le llevaban a la reflexión para corregir algo en Marcos, pero estaban tan llenas de luz y poder que despejaban la opresión que sentía. “Yo Señor, yo les dejé entrar. Perdóname,” dijo Marcos con una convicción y entendimiento de lo que le había sucedido. Las últimas semanas y meses pasaron delante de él como una película de las conversaciones que había escuchado y de las que él mismo había participado; actitudes que había asumido con personas, situaciones y la Iglesia en sí, del cuestionamiento que había surgido en él con respecto a sus Pastores y el compromiso del tiempo para servir en la visión. En lo que pareció como una eternidad pero que no eran más que unos 15 segundos, Marcos desechó cada enemigo que estaba robándole ese bienestar que él una vez había disfrutado en un corazón puro. Él no se justificó delante de Dios ni tampoco culpó a otros, ni siquiera a las personas en liderazgo que tendrían que haber sido mejores referentes. No, él era responsable. Él era un hijo que conocía y vivía de un bienestar interior con el Padre que él mismo había cultivado. También reconoció que él tenía las herramientas necesarias para haber cuidado mejor su corazón. Esa noche Marcos volvió al amor, la libertad, la paz y el gozo que se disfrutan en el bienestar del Padre y aprendió una lección que le marcó para el resto de su vida: Marcos buscó en la palabra de Dios los valores que deberían sellar su vida con fuego, lo que es importante para Dios Padre y los guardó en su corazón. Aunque Marcos enfrentó muchas situaciones en la vida, de algo que se había convencido para siempre es que nunca más quería estar fuera del bienestar del Padre porque en esa condición y posición, provenía todo lo que él necesitaba para vivir en victoria.

El bienestar del Padre siempre va a provocar buenas cosas en nuestras vidas. No solamente las cosas hermosas que nosotros podemos vivir, sino las buenas cosas que vamos a ir soltando a favor de otros. Ese bienestar debe ser guardado dentro de un corazón puro y protegido con suma importancia y prioridad. Para lograr esto, necesitamos establecer los valores del Padre en nuestros corazones y poner su Palabra como los vigilantes sobre él.

Siempre digo que hay dos manifestaciones propias de un encuentro verdadero con Dios: el amor que se derrama en nuestros corazones llevándonos a ser personas amorosas, dispuestas a perdonar, pasar por alto las ofensas, aceptar y ocuparnos bien de las personas; y el profundo deseo de servir a Dios. Ese deseo de servir a Dios viene de la misma esencia de su reino que es la honra. Yo deseo servirle porque reconozco el valor de lo que Él ha hecho en mi vida y que me ha creado para ser parte de sus negocios. Estas dos obras en nuestras vidas deben ser cuidadas y cultivadas si vamos a vivir el bienestar del Padre. Si permitimos entrar “enemigos” en el corazón, el fluir del amor y el servicio serán frenados y estas dos cosas son fundamentales para ir incrementando en la vivencia del bienestar del Padre continuamente. Sin amor no se puede vivenciar su bienestar, y sin el compromiso de servir a sus intereses y comprometerse en la visión no se pueden experimentar otros aspectos más elevados de su bienestar. Usted es un hijo de Dios dotado y capacitado para amar y servir. Si es fiel en guardar su corazón en la pureza que Dios se lo dio, vivirá cosas inimaginables con Él. Y si se compromete en la visión de su familia espiritual, hallará dimensiones del bienestar del Padre que se manifiestan únicamente en servir en sus propósitos eternos.

Mateo 5:8 “Benditos aquellos de corazón puro porque ellos verán a Dios.” VBL

Lucas 2:49; Juan 5:19-20, 30; Romanos 12:9 – 13

 

 

 

 

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