Hubo mucho revuelo en casa después de que su hermano menor se fue de ella. Era algo inesperado y desconcertante porque nadie sospechó que el menor de la casa tomaría semejante decisión. No solamente se marchó para buscar su propia visión y futuro, sino se llevó su parte de la herencia. Aunque el hermano mayor veía a su padre tranquilo, no se animaba a tocar el tema con él. Sabía que su padre tuvo que haberlo sentido en lo más profundo de su corazón, pero jamás su padre levantó un comentario negativo o contrario hacia su hermano. Después de un tiempo, parecía que todo se había normalizado. El hermano mayor asumió su rol en la casa de su padre y juntos trabajaban en los proyectos y trabajos.
El hermano mayor admiraba mucho a su padre. Era un hombre fuerte, sabio, tan templado. Siempre tenía una solución para las situaciones y cuando se generaban conflictos entre los criados, su padre tenía una habilidad asombrosa para resolverlos. Cada tanto el hermano mayor pensaba en su hermano, pero ya era cosa del pasado. Cuando recordaba aquel día, sentía bronca, por lo que trataba de no recordarlo mucho. Pero sabía que su padre pensaba en su hermano menor todos los días. A veces el padre estaba en el campo y miraba hacía el horizonte para ver si alguien venia por el largo camino de la estancia hacia casa. Un día lo encontró en el balcón de su recámara mirando lejos. No sabía si interrumpir o no, pero
su padre lo había escuchado entrar. Apenado por la posibilidad de ver el rostro de su padre tal vez triste, se asombró cuando él se dio vuelta y su rostro brillaba. Era un rostro de una paz inexplicable y una sonrisa que impartía una seguridad inmensurable. “¿Cómo puede ser?” pensó el hermano mayor. “Sé que está pensando en su hijo, ese ingrato que se fue y no pensó en nadie más que en sí mismo.” “No entiendo tan profundo amor”, reflexionó el hermano mayor.
Un día regresando del campo, escuchaba música de lejos. “¿Qué hay?”, pensó apresurando sus pasos. “No hay cumpleaños, no hay casamiento…”, pensó contemplando con un poco de sarcasmo: “por lo menos no el mío”, y echó una sonrisa. “Habrán llegado visitas importantes”, pensó, pero antes de poder seguir con sus pensamientos interrogantes vino corriendo uno de los criados gritando: “¡Regresó! ¡Regresó! ¡¡¡Tenemos fiesta!!! ¿No es maravilloso? ¡Regresó!” Pero antes de averiguar quién había regresado, el criado salió corriendo diciendo: “Tengo que revisar el asado”. Ya estaba bastante intrigado pero su intriga se tornó rápidamente en un sentimiento de malestar y ansiedad. “No me diga…” y antes de poder terminar el pensamiento salió el mayordomo con gran satisfacción y una sonrisa desmedida diciendo: “¡Su hermano ha regresado!” y se acercó para darle un abrazo de celebración. El hermano mayor, confundido y molesto evitó el abrazo y se asomó para mirar por la puerta. Allí había alegría, celebración, abrazos y risas. Desvió su mirada hacia un costado y allí estaba sentado, su hermano menor, el que había despreciado a su padre, el que había avergonzado a la familia y gastado la herencia. El hermano mayor no sabía cómo reaccionar. Tantos pensamientos y sentimientos hundieron su ser que no podía reaccionar. “¿Qué está pasando?”, pensó. “Yo aquí todo este tiempo, trabajando, acompañando a mi padre, creyendo en los proyectos, atendiendo a sus deseos y cuidando el trabajo de toda una vida… jamás una fiesta; jamás una celebración tan alegre; jamás un reconocimiento tan grande hacia mi persona. Y éste, porque un buen día le dio la gana de volver después de fracasar porque ya no tiene plata, lo tratan como un rey”. El hermano mayor tenía una mezcla de enojo, bronca, sentimientos de desprecio y aún temor. Tenía temor de enojarse con su padre pero a la vez estaba enojado por lo que él percibió como injusto. Tenia temor de la relación con su padre: ”si mi padre está tan feliz y demostrativo con éste, ¿dónde quedo yo en esta relación?”, pensó. Mentiras de insignificancia por parte de su padre comenzaron a invadir su ser, juntamente con los reclamos de un hijo que no comprende el amor de un padre. Tenía ganas de pegarle a ese traidor, de salir corriendo y
nunca volver, pero a la vez una profunda angustia le tenía al borde del llanto. “¿Qué me está pasando? ¿Por qué me siento así con mi padre y con mi hermano?”
Seguramente puede reconocer que este relato está tomado del pasaje que comúnmente se reconoce como “el hijo prodigo” en Lucas 15. Yo prefiero referirme a él como “el amor extravagante del Padre”. Porque este relato revela cuánto amor Dios tiene para sus hijos, aún cuando fallamos, fracasamos y tomamos malas decisiones que terminan afectando no solamente a uno mismo, sino a la familia también. El amor del Padre siempre está intacto y siempre hay una expresión de su amor cuando el hijo regresa a casa en actitud de humildad para ser restaurado. Con esto no quiero decir que Dios puede borrar todas las consecuencias de nuestras malas decisiones, esto es parte del paquete de tener libre albedrio, tener que enfrentar los resultados que creamos con nuestras decisiones o la falta de ellas. Me refiero a que el Padre nos ayuda en las consecuencias que afectan nuestra relación con Él y con nosotros mismos porque de su parte, Él jamás tiene ni una sombra de cambio en cuanto a su amor por nosotros.
El tema para tratar aquí es la percepción de los hijos que están casa y aún de los que vuelven. Porque vivir el bienestar del Padre va a ser directamente en proporción con su percepción del amor de Dios Padre. En el relato, los dos hijos demuestran percepciones limitadas acerca del padre y de su escasa imagen de su realidad; los dos quedan restringidos en actitudes, relación y decisiones.
Vamos a considerar la percepción del hermano en casa. Todas sus necesidades físicas estaban suplidas, admiraba su padre y se ocupaba fielmente de sus responsabilidades, sin embargo no disfrutaba del bienestar del padre. Una relación de confianza en el amor del Padre es lo que nos permite profundizar en la vivencia de Su bienestar.
¿Po qué el hermano mayor no pudo disfrutar de una relación de libertad con un padre amoroso, generoso y abundante en cada detalle con sus hijos? ¿Intentó ganar el amor del padre cuando éste ya había sido derramado totalmente en y sobre su vida? ¿Esperaba que el padre le diera lo que le tocaba a él tomar en confianza? Muchos hijos esperan que Dios haga lo que ellos deben hacer y que Él les dé, cuando como hijos, es su derecho apropiarse de lo que el Padre ha provisto. Se trata de una relación de seguridad plena, una relación de generosidad mutua en libertad y disfrute.
Igual que el hermano mayor, muchos hijos de Dios se encuentran en incertidumbre en su relación con Dios Padre. Temores, ansiedad, desconfianza y competencia con sus hermanos les impiden disfrutar de la verdad de Dios hacía ellos. Sentimientos de insignificancia e inferioridad dominan sobre ellos en lugar de la verdad de Dios Padre quien no puede mentir.
Dios nos ama total y completamente, sin ninguna posibilidad de querer cambiar su amor, su “parecer” y su buena voluntad. Dios Padre está convencido respecto a nuestro valor, nuestra capacidad, nuestro significado y destino. Vivir el bienestar del Padre estará directamente en proporción a su confianza y seguridad en el amor de Dios hacia su vida. ¿Puede usted determinarse a tener tal convicción en su interior y sintonizar con el corazón del Padre para trascender a nuevas dimensiones de vivir el bienestar del Padre?