Esteban ya llevaba 15 años viviendo su sueño de una gran empresa. Al despertarse esa mañana, la misma sensación de desgano e indiferencia se apoderó de él al igual que en los días anteriores, y reiteradamente durante los últimos seis meses. Su gran sueño se había convertido en una carga muy pesada que generaba conflictos internos, afectando su matrimonio, amistades y hogar. La empresa no estaba en picada, pero llevaba tiempo experimentando un leve descenso constante.
Juan y Marta llevaban 24 años de matrimonio y se acercaban a sus bodas de plata. Debería ser la celebración más hermosa porque simboliza la fortaleza, pureza y el resplandor de la relación, al igual que la plata. Sin embargo, Juan y Marta estaban tan distanciados el uno del otro. Aunque no se hablaba verbalmente, los pensamientos de “ir cada uno por su lado”, rondaban en sus cabezas. En lo profundo de sus corazones sabían que no era la voluntad de Dios, pero no encontraban la motivación para “volver a intentar”. Su matrimonio se había convertido en una rutina de cumplir cada uno con sus responsabilidades. Los sueños en común, las tareas compartidas y la resolución de conflictos ya no tenían sentido.
Es fácil enredarse en el hacer y olvidarse del por qué haces ciertas cosas. Cuando pierdes de vista el propósito de un trabajo, una tarea, el ahorro, o la inversión en una relación, eventualmente estarás en peligro de naufragar en los numerosos contratiempos que enfrentarás en tu camino. El simple acto de “hacer por hacer” carece de significado suficiente para mantenerte en el rumbo correcto. Cuando ya no encuentras el valor en lo que haces, comúnmente se dice: “No vale la pena”.
Muchas veces nos encontramos en situaciones de la vida donde jamás hemos reflexionado sobre el “por qué”. Simplemente son lo que son. Nos embarcamos en un trabajo, en comprometernos en una relación, aceptamos una responsabilidad o nos dedicamos a determinado deber. Pero cuando las dificultades se presentan, los conflictos surgen o las demoras desalientan, nuestra fortaleza interior se desvanece junto con el impulso que nos llevaba a nuestro “hacer”. Es aquí donde muchos, para no decir la mayoría, se rinden y abandonan.
Hoy en día se habla mucho de encontrar tu “por qué”. Es fundamental para vivir bien. Sin embargo, nuestras vidas ya vienen con un “propósito” incorporado que debería dar dirección a nuestras decisiones y significado a nuestros esfuerzos, porque hay algo mayor hacia lo que apuntamos. Tenemos un propósito en la vida, en nuestras empresas y en nuestros matrimonios que están diseñados por el Padre. Los estudios, nuestros proyectos y amistades reflejan el valor del propósito del “por qué” estamos haciendo lo que hacemos. Vivimos con una visión más grande que nosotros mismos.
Es necesario descubrir el propósito dentro de ti y de cada aspecto de tu vida, ya sea en cada relación, área o responsabilidad que tengas. No perder de vista el “por qué te casaste” es posible únicamente cuando comprendes la importancia del propósito que te llevó a ese compromiso. Cuando una empresa experimenta un momento lento, puedes seguir firme con entusiasmo y pasión cuando el valor de ese propósito está frente a tus ojos como una obra de arte en un cuadro que te recuerda lo que vendrá. Quedarse hasta altas horas de la madrugada para estudiar, o enfrentar una mala nota en un examen, no tienen el poder de desalentar tus esfuerzos cuando te recuerdas a ti mismo por qué lo estás haciendo.
Tú eres. Eres un ser maravilloso, un hijo de Dios con un diseño que acompaña tu propósito. Si te miras a ti mismo a través de los ojos de Cristo que habita en ti, y descubres el “por qué” y el “cómo” eres tan especial, hallarás el valor y el significado de lo que haces. Ya no estarás condicionado por lo que otros hacen o dejan de hacer. No vivirás pendiente de la respuesta de los demás ante tu amor o servicio. Cada acción que hagas cobrará vida desde la pasión de saber por qué haces lo que haces. Tendrás una consciencia de eternidad, suministrando el bienestar del Padre a favor de tu entorno. Cada decisión, compromiso y responsabilidad estarán en perfecta armonía con ese valor eterno en tu interior.
¿Cómo podemos recordarnos a nosotros mismos por qué hacemos lo que hacemos? O, ¿cómo podemos descubrir nuestro propósito en los diferentes roles de la vida? Debes mirar a través de tu centro, en Cristo. Él vivió con un bien mayor en mente, al igual que el “por qué” de tu vida. Si vives buscando cómo puedes aprovechar de los demás y hacer que otros hagan lo que tú deseas, vivirás de manera miserable. Si esperas que otros suplan tus necesidades emocionales y físicas, o te enfocas en hacer “reclamos” a otros, o exigir tus derechos, vivirás como víctima de tus circunstancias y oprimido por las voluntades egoístas de otros. Pero cuando te das cuenta de cuán poderoso eres en ese propósito de vida, cada acción que emprendas llevará consigo el valor de tu “por qué”. Te reflejarás como la persona valiosa que eres, buscando cómo aliviar y bendecir a otros.
Tu “por qué” se encuentra en tu identidad de hijo de Dios, encendido por una pasión que guía tus decisiones. Son las acciones que realizas, o “haces” cuando lo único que te interesa es facilitar, ayudar, servir o dar amor a otros. Estás dotado para transformar tu entorno en un lugar mejor. Cuando embelleces un hogar con un hermoso cuadro que has pintado, enriqueces la vida de alguien. Cuando preparas una rica comida para tu familia, lavas tu auto, saludas a alguien con una sonrisa, estás destilando tu esencia de propósito. Cuando aconsejas a alguien o te conviertes en “las buenas nuevas” que necesitan escuchar, estás viviendo propósito. ¿Por qué haces lo que haces? Porque eres extremadamente valioso para tu entorno y estás ahí con un propósito eterno de tu Padre.
Cuando perdí el “por qué” de mis esfuerzos, mi servicio y amor, mis ojos se desenfocaron de quien realmente soy. Me expuse a ser reinventado por mi entorno, por la adversidad, la tristeza y la desilusión. Quedé atrapado en un trabajo duro y en la rutina diaria. El gozo y el significado se escaparon de mí, como la gacela huye de su perseguidor, y mi visión se limitó a lo visible y lo ordinario de cada día. Pero cuando determiné mirarme en el espejo y ver más allá de lo superficial, vi un resplandor en mi interior que provenía de mi Creador. Fijé mis ojos en esa luz alumbrante y descubrí el propósito depositado en mi ser. Entendí su significado y el valor eterno que llevaba consigo. Comprendí que estaba aquí para algo mucho más grande de lo que podía imaginar. Vi mi mundo iluminarse y me vi a mí mismo con el poder de ser realmente quien soy y transformar mi mundo.
Me vi a mí mismo en Cristo.