Vivimos en una era obsesionada con la identidad. Las redes sociales, los libros de autoayuda, las charlas motivacionales, todos nos repiten la misma consigna: «Tienes que encontrarte a ti mismo».
La pregunta parece lógica:
¿Quién soy? ¿Para qué estoy acá? ¿Cuál es mi propósito?
Pero cuando miramos la vida de Jesús y sus enseñanzas, descubrimos que Él no comenzó diciéndole a la gente quiénes eran… sino quién era Él. Y a partir de esa revelación, las personas podían entonces comprender su verdadera identidad.
Primero Él, después yo
En Mateo 16, Jesús les hace una pregunta decisiva a sus discípulos:
«Y ustedes, ¿quién dicen que soy?»
Pedro, impulsivo pero sensible, responde:
«Tú eres el Cristo, el Hijo del Dios viviente.»
Y Jesús le responde con otra revelación:
«Bienaventurado eres… tú eres Pedro, y sobre esta roca edificaré mi iglesia.»
(Mateo 16:17-18)
Este intercambio revela una verdad central en el Reino de Dios:
No puedo saber quién soy, hasta que no sepa quién es Él.
La identidad no se construye, se revela
En el pensamiento contemporáneo, la identidad es algo que uno construye: eliges lo que te gusta, lo que te define, lo que quieres mostrar. Pero en la cosmovisión bíblica, la identidad no se inventa, se descubre a la luz de mi Padre.
«En tu luz veremos la luz.»
(Salmo 36:9)
Cuando comenzamos a conocer a Cristo, su luz ilumina tanto quién es Él… como quiénes somos nosotros realmente. Nos confronta, pero también nos afirma. Nos redime del pasado y nos proyecta hacia un propósito eterno.
¿Por qué no alcanza con conocerme a mí mismo?
Porque sin Cristo, la imagen que tengo de mí está distorsionada.
Mis heridas, mis fracasos, la opinión de los demás o mis propios logros pueden darme una imagen distorsionada de quién soy. Pero cuando vengo a Él, su Palabra y su Espíritu me muestran una verdad más alta:
- Que fui creado a imagen de Dios (Génesis 1:27)
- Que fui escogido y amado antes de nacer (Efesios 1:4-5)
- Que soy hecho nuevo en Cristo (2 Corintios 5:17)
- Que mi vida está escondida con Cristo en Dios (Colosenses 3:3)
En otras palabras: mi verdadera identidad está reflejada en Él, no en mí.
Mirar a Cristo, no al espejo
Pablo lo expresó de manera radical:
«Con Cristo estoy juntamente crucificado, y ya no vivo yo, mas vive Cristo en mí…»
(Gálatas 2:20)
Él entendió que su vida no giraba en torno a descubrir «su mejor versión», sino en rendirse para que Cristo viva en él. Y en esa entrega, encontró su verdadero propósito, valor y destino.
En resumen
Conocerme a mí mismo sin conocer a Dios, es quedarme con un rompecabezas incompleto.
Pero conocer a Dios me da acceso a la verdad más profunda sobre mí.
Cuando reconozco quién es Él:
- Encuentro dirección
- Entiendo mi diseño
- Recibo identidad
- Camino en propósito
Una frase para guardar en el corazón:
«La verdadera identidad no se descubre mirando hacia adentro, sino contemplando a Cristo. Como Él es, yo soy.»