Viviendo el Bienestar del Padre Parte 2

Esto es lo que él siempre quiso. Sabía que tenía que haber algo más. Nunca en su vida se hubiera imaginado que esto podía ser tan real y tan poderoso. Él había vivido su vida en el temor de Dios desde que tenía memoria. Había sido entrenado en la Palabra y había desarrollado un alto estándar de disciplina desde su juventud. Pero siempre se quedaba con una sensación de  que Dios estaba en algún lugar lejos y le resultaba difícil desarrollar una relación con Él. A veces cuando él cantaba u oraba, parecía que su espíritu volaba solamente para encontrarse en el mismo punto de partida la próxima vez.

Pero Jesús era diferente. Aún su rostro reflejaba la relación que él tenía con Dios. Él hablaba como si literalmente se podía conocer a Dios, “verdaderamente” conocer a Dios como una relación de un padre e hijo y aún hablar con Él. Y aunque sonaba inconcebible e imposible para ser verdad, había algo en la forma en que Jesús hablaba.  Él hablaba como  alguien que tiene autoridad, alguien que “realmente sabe” de lo que está hablando. Aún en las cosas que Jesús hacia, demostraba que él tenía algo que ningún otro tenía, ni siquiera los líderes en la sinagoga.

Cada día la fama de Jesús crecía en la ciudad y las aldeas de alrededor. Rumores, que realmente no eran rumores sino testimonios actuales de testigos que habían visto y experimentado sanidades, corrían por todo el barrio y la gente estaba ocupada en contar las historias que habían escuchado y visto. Sus días comenzaron a enfocarse en la agenda de Jesús y se encontraba dejando sus responsabilidades con mucha más frecuencia, buscando a Jesús. ¿Dónde va a estar? ¿Qué va a hacer? ¿Cómo podría lograr una entrevista con él? Tantas preguntas que él quería hacer y ese profundo anhelo por más, seguía impulsándolo hacía Jesús. “Esto es lo que yo quiero. Yo quiero vivir la realidad de un rostro así”, meditaba él. “No me conformo con menos de esto. Yo quiero conocer a Dios como Jesús lo conoce. Yo quiero “vivir a Dios”. Yo quiero ver las grandes obras de las que he leído en el pasado. Yo quiero más”.

Esa pasión lo consumía y después de varios intentos fallidos de estar cerca de Jesús, finalmente se encontró la oportunidad de estar frente a él, cara a cara. Con una mezcla de emociones, titubeaba al preguntarle: “Buen maestro, ¿qué debo hacer para vivir el reino como usted lo hace?” Aún mientras él preguntaba, su deseo por más parecía ensombrecer por su vergüenza de semejante pregunta. Él era muy conocido en la comunidad y bastante reconocido como un líder. Sus amigos ricos nunca aprobarán su interés espiritual; después de todo, él ya conocía casi todo lo que debía conocer, hasta tal punto que estaba enseñando a otros. De repente, él estaba muy consciente de algo dentro de él que le hacía sentir nervioso.

“¿Por qué me llamas bueno? No hay ninguno bueno sino Dios”, respondió Jesús mirándolo fijamente en los ojos. Él se sentía inquieto ante esa mirada penetrante. Parecía que Jesús miró fijamente a través de sus ojos hasta las profundidades de su corazón pero no podía ignorar el contundente amor que podía percibir en esa mirada desafiante. Antes de poder pensar en qué responder, Jesús dijo: “tú conoces la Palabra…” y continuó citando los mandamientos que él conocía desde su niñez. Aunque una chispa de esperanza estalló en su corazón de que estaba bien encaminado y que no iba a requerir mucho más para poder experimentar lo que Jesús reflejaba, de alguna manera él sabía que había algo turbulento dentro de él que estaba impidiendo que él disfrutara de la relación con Dios que él tanto deseaba. Rápidamente respondió: “Todos estos he guardado desde mi juventud”, feliz de que él siempre había sido diligente en una obediencia meticulosa. Aún cuando sus amigos se burlaban de él en sus años tempranos de discipulado, su compromiso le recompensó y salió como uno de los estudiantes más renombrados. “¿Qué más debo hacer  para vivir una relación con Dios como usted tiene?” añadió rápidamente, sabiendo que guardando los mandamientos no era la única clave de la relación de Jesús con Dios. Jesús estaba bendiciendo a algunos niños que se habían acercado para darle un abrazo espontáneo. No podía dejar de notar la sonrisa amorosa en Jesús, “¿Cómo puede ser tan amoroso y a la vez portar semejante autoridad que nos desestabiliza a todos los que lo rodeamos?” pensó, percibiendo que se había metido en algo mucho más grande de lo que  pensó.

Jesús se dio vuelta y lo miró con un amor profundo y dijo: “Si quieres ser completamente desarrollado y perfecto, anda y vende todo lo que tienes, dáselo a los pobres y tendrás tesoro en el cielo. Entonces, ven y sígueme.” Las palabras calaron hasta lo más profundo de su corazón… tan cerca pero a la vez tan lejos. Tesoro en el cielo…  “¿Qué es esto?” Una voz interior le imploraba: “Esto es lo que buscabas, tesoro en el cielo. ¡Esto es! Esto cambiará tu relación con Dios y tu vida para siempre!” Pero al mismo tiempo hubo profundo dolor adentro, él sabía que no podía hacer aquello, o era que “no quería” hacerlo. “Yo no puedo ir y vender todo lo que tengo! Es la herencia de mi familia. Seguro que Dios no querrá que sea negligente con el legado de mi familia. ¿Qué me quiere decir con ‘ve y vende todo’? ¿Y después qué? ¿Ir y seguir a alguien que apenas conozco? ¿Cómo sé yo que él tiene mi mejor interés en mente? Yo he sido entrenado por algunos de los mejores…” Los pensamientos inundaron  su mente produciendo un enojo como también tristeza. Algo adentro le decía: “Sí puedes vivir como él, vale la pena. ¡Hazlo!” Pero lentamente agachó su cabeza, se dio la vuelta y se fue. Estaba demasiado descorazonado y avergonzado que no miró hacia atrás. Lo que tanto había anhelado tenía un precio que él no estaba dispuesto a pagar aun cuando esto significaba tener tesoro en el cielo y vivir la vida de Dios aquí en la tierra.

Muchas veces hay cosas en nuestras vidas que nos impiden vivir el bienestar del Padre. Cuando consideramos el bienestar del Padre pensamos en ello en términos de algo que el Padre posee y que Él nos permite disfrutar. Es como si fuera parte de nuestra herencia. Pero vivir el bienestar del Padre viene primeramente de una relación con el Padre. Su bienestar es quien es Él. Él es bueno. Así que cuando pensamos en el bienestar en términos de “bendiciones” o manifestaciones, estamos provocando un corto circuito en el ciclo de la vida, tratando de disfrutar “algo” sin conocer a Aquel de donde fluye el verdadero bienestar. El bienestar del Padre no está definido por lo que nos sucede a nosotros o por los bienes materiales que podemos disfrutar. El bienestar del Padre es definido por QUIEN es Él; su esencia, su amor, sus atributos y su buen plan para nuestras vidas. Así que cuando “conozco” al Padre, puedo vivir el bienestar del Padre.

El joven rico no quiso “renunciar a algo” para poder ganar. Él quería continuar con su vida “ya acomodada” y simplemente añadir el beneficio de heredar vida, al estilo de Dios. Inicialmente él preguntó: “¿Qué debo hacer?”, pero cuando el “hacer” interrumpió su vida, se fue triste. Cuando nuestras vidas están llenas de “nuestra vida”, no hay más lugar para la “vida de Dios” en nosotros, y la vida de Dios y una relación con Él, es lo único que puede realmente llevarnos a vivir el bienestar del Padre.

No siempre a lo que debemos renunciar son cosas malas. A veces es algo que está fuera de equilibrio y está robándonos de vivir las prioridades de Dios. A veces es simplemente una cuestión de obediencia. “¿Realmente quieres lo que tengo para ti? ¿Estás dispuesto a…?” Como hemos visto antes, vivir el bienestar del Padre está directamente relacionado con nuestra perspectiva de nuestra relación con Él. ¿Realmente puedes confiar en Dios a tal punto que puedes reposar en su amor por ti, sabiendo que Él solamente te pedirá aquello que te está impidiendo vivir lo mejor?

Me asombra que Jesús dijo a ese joven que solamente le faltó “una cosa”. Me encanta las “una cosa”’s del Padre. Ellas son la “una cosa” que nos obstaculizan seguir avanzando para experimentar la vida que Dios tiene preparada para nosotros. Él no nos da una larga lista de cosas que debemos cambiar, aunque eventualmente tal vez tengamos que cambiarlas. Él trata con “aquella cosa” que nos tiene estancados en nuestro caminar ascendiente con Dios. Me sorprende la cantidad de cristianos que tienen un caminar horizontal con Dios. Van de una cosa a otra, ocupados en actividades, siempre moviéndose pero nunca ascendiendo a niveles mayores en relación y madurez. Esto es porque para ascender, de algo se debe despojar. Cada montañista sabe la importancia de hacer el viaje más ligero a medida que asciende hacia la cumbre, puede ser un asunto de vida o muerte. Y así es con los hijos de Dios. Para vivir el bienestar del Padre debemos “conocerle a Él” y esto requiere que nos despojemos  de cosas en nuestras vidas que nos impiden profundizar nuestra relación con Él y ascender a las alturas con Él. Significa establecer prioridades, ser obedientes y sobre todas las cosas, desearlo a Él sobre cualquier otra cosa en esta vida.

Viviendo el bienestar del Padre dependerá de nuestra disposición de seguirle a Él en una relación que requiere “perderse a sí mismo” para poder hallar nuestro “ser verdadero” en Cristo. Vivir el bienestar del Padre  es vivir libre de los enredos de esta vida para obtener los tesoros en el cielo. El Padre es fiel para guiarnos hacia esa relación profunda con Él. Somos nosotros que debemos estar dispuestos a obedecer y pagar el precio por tal relación.

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