VALORES INVALUABLES
Un día, mientras tomaba un café con una joven, conversábamos de un pasaje bíblico que me encanta recordar y que siempre me lleva a meditar en su enseñanza. Para meditar correctamente y permitir que la Palabra sea luz y no solo una “condena”, decidí que en cada meditación involucraría a mi ayudador, el Espíritu Santo, quien vivifica su palabra, trae convicción, luz y verdad a mi vida.
El pasaje del que hablábamos está en 1 Samuel 26:7-12. En este relato, David, teniendo la oportunidad de tomar ventaja sobre Saúl y aprovechar las circunstancias a su favor, decide no extender su mano contra el ungido de Jehová, diciendo: “¿Quién lo haría y sería inocente?” (v.9). David era consciente de la oscuridad en la que Saúl estaba sumido, pero también sabía que él seguía siendo rey y que solo Dios, quien pone y quita reyes (Daniel 2:21), quien pesa los corazones (Proverbios 21:2) y quien un día decidió ser su mayor tesoro (“¿A quién tengo yo en los cielos sino a ti?” – Salmos 73:25), podía cambiar esa situación. Lo que David decidiera, revelaría que había en su corazón, que valores sostenían su vida y que emanaba de él.
Existen muchos valores del Reino que podría destacar en este artículo, pero me centraré en tres fundamentales: amor, lealtad y honra. En mi vida personal estos tres valores han sido fundamentales, aunque no siempre he sabido como fluir en ellos. Creo que vivirlos plenamente requiere una entrega absoluta.
El amor: un valor invaluable
Cuando la luz llega a nuestras vidas y comenzamos a experimentar el amor del Padre derramado en nuestros corazones, nuestro vivir se convierte en un disfrute que supera nuestra imaginación. Al comprender que el amor es el camino más excelente, aprendemos a gozar de la grandeza de su Reino, que no tiene fin (Isaías 9:7). Sin duda, esto despierta en nosotros una conciencia de la abundancia sin límites que hay en Él. Vivir bajo el dominio de su amor es habitar en su valor más precioso, un amor que transforma nuestro entorno y afecta todas las áreas de nuestra vida.
Lealtad: un reflejo del carácter de Dios
Otro valor invaluable que mencioné anteriormente es la lealtad. No solo vemos cómo David fue leal a Dios al serlo con el rey Saúl, sino que también observamos en versículos posteriores cómo el Rey de Reyes permaneció fiel a David, aun cuando él dejó de serlo. Creo que, en el sistema de este mundo, la lealtad no siempre se valora correctamente. De hecho, suele llamar más la atención la traición y la deslealtad que la genuina fidelidad.
Dicho esto, quiero que reflexionemos en el siguiente versículo Marcos 16:7. Aquí vemos a Pedro asegurándole a Jesús que estaría dispuesto a ir con Él hasta la cruz. Incluso desenvainó su espada para defenderlo en el momento de su arresto. Sin
embargo, poco después, lo negó tres veces. ¿Qué pasó, Pedro? Aun así, cuando Jesús resucita y llama a sus discípulos, también menciona a Pedro por nombre, invitándolo nuevamente a ser parte del propósito que le había revelado cuando lo llamó: “Te haré pescador de hombres”.
¡Qué impresionante es nuestro Dios! Aplaudimos de pie a Aquel que siempre permanece fiel y leal a sus promesas. Él ha depositado en nosotros la capacidad de ser fieles y leales hasta el final. Nos confía más porque nunca deja de creer en nosotros y nos lleva a vivir en este valor invaluable. “Los justos heredarán la tierra y vivirán en ella para siempre” (Salmos 37:29).
Honra: reconocer el valor en nosotros y en los demás
La honra comienza con el reconocimiento del valor que cada uno de nosotros tiene. Nadie puede dar a otros lo que no tiene para sí mismo. Si alguien cree que está dando honra, entonces su vida debe dar fruto de ella, de lo contrario, no es un valor, sino solo una tarea bien realizada. La honra es un principio que se extiende hacia los demás. Por eso, una persona no podrá reconocer el valor de algo o de alguien si primero no reconoce el suyo propio.
Creo que estos tres valores amor, lealtad y honra deberían ser un fundamento sólido en el carácter de todo hijo de Dios. Son principios inmutables que, aunque no cambian, tienen el poder de transformar nuestras vidas.
VALORES PASADOS POR FUEGO.
Los valores invaluables siempre pasarán por el fuego para ser refinados. En momentos de dolor, presión, traición o decepción, estos valores serán puestos a prueba. Lo importante es que sigan brillando y no queden cubiertos por el polvo de las malas experiencias. Solo los valientes, los que han conocido el amor invaluable de Cristo y han rendido sus vidas, podrán reflejar estos valores de una manera que impacte a otros y muestre el camino más extraordinario de vivir.
Hace unos días, una pastora amiga me recordó una frase acompañada por un versículo: “Este tesoro en vasos de barro” (2 Corintios 4:7). La palabra barro aquí no es despectiva, sino que representa nuestra humanidad. Somos seres humanos diseñados de una manera extraordinaria y única. Sin embargo, cuando no valoramos ese diseño o nos desviamos de él, perdemos nuestra identidad y pensamos que no valemos tanto. La verdad en Cristo es que, a pesar de nuestra fragilidad, Él ha depositado en nosotros un tesoro divino para destacar nuestras vidas y bendecir a otros.
Ahora examinemos con la ayuda del Espíritu Santo.
- ¿Es Cristo mi valor más alto, al punto de que el amor, la lealtad y la honra moldean mi vida y me llevan a vivir en plenitud y abundancia?
- ¿Estoy viviendo desde este fundamento, reflejando amor, lealtad y honra en cada área de mi vida?
Mire esto; en todo lo que usted y yo estemos yendo a poco debiéramos preguntarnos primero:
- ¿Cristo es mi valor más alto?
- ¿Está siendo honrado en mi vida y con mi vida?
- ¿Estoy dando a cada persona y situación el lugar y la importancia que realmente merecen?
Al hacernos estas preguntas, quizás nuestra respuesta sea similar a la del apóstol Pablo: “No pretendo haberlo alcanzado todo, pero prosigo a la meta de lo más alto a lo que fui llamado a vivir.” (Filipenses 3:13-14). Estoy despierto, pero su luz y verdad me han llevado a una nueva dimensión de entendimiento: en el Reino de Dios, todo crece y se expande, y yo tengo la oportunidad de vivirlo y extenderlo.