En el año 2017, nuestros apóstoles vinieron a compartir con la iglesia un tiempo de palabra e impartición. El mensaje fue: tiempos de cambio, oyendo lo singular de Dios para nuestras vidas. En ese mensaje se mencionaron también los vientos contrarios, aquellos que vendrían a querer cambiar nuestra dirección. El mensaje fue claro: no seguir a otros vientos, sino ir tras el viento del Espíritu Santo, para provocar esos cambios transformadores y trascendentales en nosotros y en nuestro entorno (Romanos 8:14).
Los cambios comenzaron a suceder; algunos fueron buenos, y otros, no tanto. Pero el tema era que cada uno de nosotros decidiera entender que, mientras todo en nuestro entorno varía y cambia, quien no está ni estará nunca sujeto a lo temporal será Cristo, la Palabra viva. “Jesucristo es el mismo ayer, hoy y por los siglos” (Hebreos 13:8). “Porque yo, Jehová, no cambio” (Malaquías 3:6).
Ahora bien, creo que esta será una buena meditación y ejercicio para hacer: si soy guiado por su Espíritu Santo, y Él tiene cosas reservadas para mi vida, aquellas que “ojo no vio, ni oído oyó”, entonces yo debiera hacerme estas preguntas junto al Espíritu Santo: ¿Qué cambios continuos de hechos concretos debiera yo estar planificando en mis metas durante este año?
Recordemos que los cambios continuos de hechos concretos nos llevarán a la transformación y revolución de nuestras vidas y entorno.
Un versículo muy conocido, pero una verdad que debiera ser luz a nuestro corazón y mente, sería este: “No se conformen a este siglo, sino transfórmense por medio de la renovación de su entendimiento, para que comprueben cuál sea la buena voluntad de Dios, agradable y perfecta” (Romanos 12:2–3). No tomemos forma de algo cambiante, sino de lo eterno, planificado desde antes de la fundación del mundo, el pensamiento que está en nuestra nueva creación y no es pasajero, sino sólido, bueno, agradable y perfecto. Esto requiere de un creer y apropiarse solamente.
Los cambios temporales, los que solo mejoran lo visible, traerán cambios aparentes, pero no consistentes. Y todo lo que no tenga consistencia no tendrá solidez ni estabilidad. Mire conmigo este versículo impactante: “Conforme a la gracia de Dios que me ha sido dada, yo, como perito arquitecto, puse el fundamento, y otro edifica encima; pero cada uno mire cómo sobreedifica” (1 Corintios 3:10–15).
Esto es lo que Cristo es: fundamento donde edificar nuestras vidas. Él es la Palabra viva, consistente, la roca eterna, Aquel a quien creer.
Entonces, si algo se está volviendo inestable en nosotros, estamos frente a la evidencia de que necesitamos lo sólido, lo estable y lo que permanece para siempre: la fuente de todo. Dice Hebreos 1:2: “En estos postreros días nos ha hablado por el Hijo, a quien constituyó heredero de todo, y por quien asimismo hizo el universo”.
Es realmente descabellado y dramático seguir con algo que no funciona. Entonces, si ha tenido incertidumbre, dudas, temores o pérdidas en algún área, lo invito a poner los ojos en Jesús (Hebreos 12:2) y preguntar: ¿Qué estás haciendo? ¿Qué quieres que haga yo o no haga? Y, si nos animamos a la respuesta, sería bueno preguntar también: ¿Estoy
yo en tus asuntos como tú quieres? Estas son preguntas que me hago en momentos donde todo fundamento que no es Cristo se evidencia y cae.
En algún tiempo, y mucho antes de ser pastores en Mar del Plata, los cambios para mí habían sido un desafío, sobre todo a mis estructuras mentales. Casi me quedo pegada en ellos. Así que, en un momento no muy planificado, pero crucial en mi vida, tuve que mirar a Cristo y proseguir con lo que dice 2 Corintios 10:5: “Derribando argumentos y toda altivez que se levanta contra el conocimiento de Dios, y llevando cautivo todo pensamiento a la obediencia a Cristo”.
Observe algo conmigo: cuando nos sentimos atrapados en un laberinto mental, con incertidumbre, temores, etc., entonces es momento de cambiar con cambios continuos de hechos concretos para la transformación. Mi cuerpo y mi mente no van a querer ese cambio, y seré desafiada en las estructuras mentales de mi vida. Pero lo importante es que no perdamos la esperanza de aquello a lo que fuimos llamados, sabiendo que la nueva creación que somos en Cristo porta su mente, y esa mente puede proyectar y darnos mucho más abundantemente de lo que pedimos o entendemos.
No tengamos miedo a imaginar cosas grandes. Cuando estamos en la buena transición de cambios, al Padre le encanta que imaginemos y soñemos en grande. No sabemos cómo sucederá, pero sí podemos imaginarnos y estar listos para vivir esa grandeza de manera tangible, con mentalidad de abundancia, agradecidos y gozosos, con vidas rendidas para que se haga a su manera y no la nuestra.
Pregunta otra vez:
¿Qué estás haciendo?
¿Alguna vez entró a una casa y sintió el olor de algo rico? Se acercó a la cocina y dijo:
—¿Qué estás haciendo?
Y a quien le haya preguntado, muy amablemente, sin guardar secretos, le diría:
—Tal cosa, ¿te gusta? —Sí —respondería usted—.
Y volvería a preguntar:
—¿Me muestras cómo lo haces? —Claro —diría—.
Y sabiendo él o ella que quiere meter las manos en la masa , diría:
—¿Querés ayudarme? —¡Claro que sí! —respondería usted con alegría.
Luego, imagino que juntos comeríamos y reiríamos, deleitándonos en lo que fue hecho. Así es Él: el que es, el que fue y el que será. Quien no cambia ni cambiará.
Tres preguntas:
¿Sabés qué está haciendo hoy?
¿Sabés si Él te quiere ahí o solo quiere mostrarte cómo lo hace nuevamente?
¿Cuál será ese cambio continuo de hechos concretos para esta nueva temporada?
Esta historia continuará… con usted.