Enfrentando la pérdida
Por Kimberly Angulo
La pérdida es una parte inevitable de la vida, algo que todos enfrentamos en algún momento y de alguna manera. Algunas pérdidas son más devastadoras que otras, como la pérdida de un ser querido, que indudablemente requiere un tiempo saludable de duelo para alcanzar una estabilidad emocional, aceptar la realidad y encontrar esperanza y bienestar en la vida después de la pérdida. Sin embargo, también hay otras pérdidas de las que no siempre somos plenamente conscientes, pero igualmente nos afectan. Al no reconocerlas como pérdidas, muchas veces las personas no nos damos cuenta de lo que realmente estamos experimentando. Por ejemplo, podemos enfrentar la pérdida de salud, estabilidad económica, identidad o propósito, o relaciones. Hoy hablaremos específicamente de la pérdida de relaciones en la vida.
Hace un tiempo atrás estaba escuchando unas estadísticas sobre el impacto emocional de la pandemia de COVID – 19 a nivel mundial. Una de las cosas que más me impactó fue el efecto dentro las iglesias, tanto en el liderazgo como en los miembros. Lo llamativo de estas estadísticas fue la «sensación de pérdida» dentro de la Iglesia y cómo los hijos de Dios estaban sobrellevando esta pérdida, o no, lo que ha resultado en hijos de Dios que no están experimentando la plenitud del reino de nuestro Padre. Los líderes están desanimados, cuestionando si realmente quieren seguir, y muchos miembros ya no tienen interés de estar activamente conectados al cuerpo de Cristo.
En este tiempo, es crucial que entendamos que el reino de Dios es justicia, paz y gozo en el Espíritu Santo (Romanos 14:17). Se trata de identidad, justicia (II Corintios 5:21), gozo y paz, emociones que surgen desde lo más profundo de nosotros por ser personas libres, sanas y fuertes, acompañadas por la Persona más importante sobre la faz de la tierra: el Espíritu Santo, el Espíritu de Verdad, quien nos guía a la verdad de vivir según quienes somos en Cristo.
La Iglesia es un organismo vivo, más allá de que muchos la identifican como un edificio. Es un cuerpo compuesto de miembros que están interconectados. A menudo, «romantizamos» a la Iglesia, creyendo que es perfecta, que sus miembros son perfectos, y que jamás experimentaremos dolor por ser parte de ella. Sin embargo, esta no es la realidad. Si consideramos la vida cotidiana en el contexto de una familia, o incluso con nuestros propios cuerpos, nos enfrentamos a situaciones desagradables. Experimentamos conflictos, tragedias y desacuerdos en la familia, y enfrentamos enfermedades y cambios dentro del cuerpo, sin embargo, no salimos en busca de otra familia ni descartamos nuestro cuerpo para obtener uno nuevo; resolvemos, o al menos deberíamos hacerlo. Esto es algo que cada miembro de la Iglesia debería resolver.
Hoy en día, en el ámbito de la salud mental y emocional, se habla del trauma de la traición, y me refiero a esto dentro de la Iglesia. Sí, suena muy drástico. Son dos palabras que no suelo usar ni meditar mucho en ellas: trauma y traición. Sin embargo, creo que es una de las causas que ha generado una sensación de pérdida en muchas personas dentro de las iglesias. Aunque el tema es muy extenso, simplemente quiero abrir el entendimiento del lector para que pueda comprender una realidad dentro del cuerpo de Cristo que debe ser tratada y sanada a nivel individual.
Desmembrar un cuerpo es algo muy doloroso, y lo mismo ocurre dentro de la Iglesia cuando las personas deciden no continuar, «cambiar» de Iglesia o dejar de estar comprometidas. Aquellos que una vez tuvieron una hermosa relación con estas personas experimentan dolor y confusión. Muchas veces, estas decisiones son incomprensibles para quienes conocen de cerca el don, la gracia y la maravillosa persona que es…o fue. Digo «fue», no porque crea que esa persona ha dejado de ser maravillosa, sino porque a veces las personas que estuvieron cerca de ella lo creen así.
Muchas veces, esas mismas personas que tienen la libertad de elegir irse a otro lugar, se van mal de ese organismo vivo que es el cuerpo, criticando, hablando mal e incluso mintiendo, lo que provoca aún mayor dolor. ¿Cómo podemos enfrentar tal traición? ¿Por qué se fue? ¿Por qué se alejó? ¿Por qué está comportándose así? ¿Por qué sucedió esto? Preguntas como estas, entre muchas otras, buscan comprender y hallar sentido en esa pérdida. A veces, ese dolor y confusión nos llevan a buscar culpables, lo que solo empeora nuestra salud espiritual. Me gustaría poder detenerme aquí para dar algunas respuestas a estas preguntas… pero ese es otro tema. Lo que queremos identificar aquí es lo siguiente: ¿Estoy experimentando una sensación de pérdida que me está robando la plenitud del reino?
La «sensación de pérdida», y la llamamos así porque, aunque haya habido una pérdida real, ya sea que un miembro del Encuentro de amistad o de la Iglesia se haya ido, es una percepción subjetiva o emocional. Si no tenemos una perspectiva correcta, esta sensación puede provocar sentimientos de vacío, desconexión, o desilusión, lo que resulta en desánimo, confusión, pérdida de seguridad en identidad y propósito, tristeza, falta de pasión, etc. Obviamente, estas emociones, a su vez, generan cambios en nuestra vivencia con la Iglesia, afectándola de manera negativa. Muchos comienzan a aflojar en su compromiso, volviéndose indiferentes o aislándose. El aislamiento, por su parte, fomenta depresión, lo que lleva a la falta de motivación. La falta de motivación nos impide tomar las acciones necesarias para salir de donde estamos. Pero, en todo este enredo, no estamos sin la provisión del Padre ni sin salida.
El desafío que tenemos como hijos de Dios es cómo seguir viviendo libres, sanos y fuertes dentro de un organismo vivo como es la Iglesia, y no ser afectados por personas que se retiren, que se van mal y «nos critican». ¿Cómo podemos enfrentar esa pérdida? Aunque las siguientes líneas pueden parecerte sobre simplificadas, en realidad están basadas en verdades sencillas que ayudan a no complicarnos la vida. Al ser verdades en Cristo, no te llevarán a la indiferencia ni la insensibilidad hacia las personas para «proteger» tu corazón, más bien, te proporcionarán las herramientas para guardarlo del dolor de la pérdida y mantener viva la esperanza de Cristo dentro de él.
La Cabeza del Cuerpo es Cristo, y aunque como miembros tenemos la responsabilidad de cuidar a los demás y suplir nuestra parte dentro del cuerpo, Él es quien pagó el precio por la Iglesia y quien ha hecho la obra completa a nuestro favor. Confía en Cristo. Esa persona que se fue sigue siendo un hijo de nuestro Padre y sigue siendo parte del «gran cuerpo de Cristo». Al Padre no le agrada que hablemos mal de sus hijos, aun cuando puedas justificar tus palabras o actitud y creas que ese miembro lo merece. No te metas con el cuerpo.
Esta verdad me ha permitido ir más allá de lo que veo, para abrazar en mi espíritu a las personas que se han alejado, porque sé que algún día, lo que hoy es un motivo de conflicto, crítica o enojo, desaparecerá en la aparición de Cristo. «Todo» lo que una vez fue «tan importante» para alguien, al grado de provocar un desencuentro o partida, se desvanecerá cuando el verdaderamente IMPORTANTE aparezca, por eso, yo me aseguro de estar donde Él está apareciendo, así me mantengo libre, sana y fuerte. Como líder, he experimentado muchas pérdidas dolorosas y relaciones rotas a lo largo de los años de manera muy desagradable. Sin embargo, al recordar que esas personas siguen siendo hijos de mi Padre y que son mis hermanos, sé que algún día la Verdad, mi Cristo, será lo único que importe. Yo elijo mirarlo a Él y amar con todo mi corazón, sin aferrarme a las personas con expectativas irreales dentro de mí.
Cuando alguien se aleja de nuestro lado, aunque su conducta haya cambiado y pueda haber actitudes desagradables que duelan, ellos son responsables por sus vidas y nosotros de la nuestra. No permitas que el pecado de otro se convierta en el tuyo. No te involucres en opinar, en enterarte de cosas y participar en conversaciones que no edifican, sino que aumentan tu dolor. No permitas que la percepción de otra persona te disuada de mantener una relación. Busca la oportunidad para la reconciliación. Recuerda que las escrituras solo te piden que vivas en paz para con todos, en cuanto dependa de ti. Si ellos no quieren, ora por ellos y guarda tu corazón. Déjalos en las manos de Cristo, porque Él es más que suficiente para tratar con cada miembro de Su cuerpo.
Por último, aunque en realidad es lo primero, sigamos el modelo de nuestro Señor. Si hubo alguien que tuvo motivos para sentir una sensación de pérdida, fue Jesús. Fue traicionado por uno de los doce, abandonado por todos los discípulos (excepto los doce) debido a una predicación controversial, rechazado, criticado y escrutado por los líderes religiosos de su tiempo. Pero hubo algo que mantuvo a Jesús firme en su identidad y enfocado en su propósito: el gozo de ver el fruto final. ¿Puedes ver esa Iglesia gloriosa y podersosa, sin mancha y sin arruga? ¿Puedes pasar por alto ese breve momento de dolor por el mayor peso de gloria que está en la Iglesia? ¿Puedes vivir con tus ojos puestos sobre el Autor y Consumador de tu fe, en lugar de tenerlos sobre los miembros?
La Iglesia está enfrentando una realidad: la pérdida de miembros que se alejan del lugar donde el Padre los colocó. Aclaro aquí que, no me refiero a aquellos a quienes el Padre realmente ha llamado a otro «cuerpo local»; el tiempo mostrará el fruto de esa decisión. Hablo de miembros colocados por el Padre que eligen otro camino. La Iglesia tiene la sabiduría práctica para navegar en estos tiempos turbulentos e inestables. Tenemos el poder de Su gracia y bondad para enfrentar el dolor de estas pérdidas. Tenemos la fe de Cristo para mantener nuestros ojos en el final de la obra, de ir más allá de la visión natural para ver a la Iglesia como el cuerpo que es, lleno de miembros bien concertados y unidos entre sí. Tú eres parte de ese cuerpo. Eres importante, y nuestra fe se apoya en la feliz expectiva de lo que «ya es» pero «vendrá». Esa esperanza es lo que nos ayuda a enfrentar esa sensación de pérdida. Es comprender que dentro del cuerpo de Cristo tenemos una voz, no en el contexto de exigir ser escuchados, sino una voz que aporta al bienestar de todos en el cuerpo. Es una voz que habla bien, que anima, que edifica y consuela.
Si te identificas con una «sensación de pérdida», es tu momento de ser libre y sano. Todos enfrentamos pérdidas en nuestras relaciones dentro de la Iglesia, pero tú no eres de aquellos que retroceden. Las personas y las situaciones ya no deben tener poder sobre tu vida, así que te animo a soltarlas y liberarlas para que vivas en libertad. Vive el reino de Dios en plenitud: tu identidad de justicia de Dios en Cristo, la paz y el gozo en el Espíritu Santo.