Iba camino a mi oficina cuando veo a un patrullero a unas cuadras de mi casa y el Espíritu Santo me pregunta, “¿Amas a la policía?”. Sabía en un instante qué me estaba preguntando y enseñando. Había estado meditando sobre la verdad que “no tenemos autoridad sobre lo que no amamos”. En ese instante pasó por mi mente… y corazón, algunos malos testimonios que había “escuchado”, una experiencia personal de complicidad con ladrones que conocía, los prejuicios que había formado en mi interior, ni mencionar el malestar que más que una vez había sentido por la falta de justicia por medio de esa fuerza de seguridad. Es impresionante cuánto puede pasar por nuestra mente en una instante cuando Dios está determinado a darnos la oportunidad de salir de donde estamos para ir a otro nivel.
En ese mismo momento de “reconocimiento y convicción”, determiné cambiar para siempre mi perspectiva, actitud y forma de pensar. Nunca más permitiré que un pensamiento contrario a lo que Dios piensa de la fuerza policial se aloje en mi interior, ni de cada persona vinculada a esa función, ni pensamientos contrarios a su plan y propósito para la fuerza de seguridad. Cuando el ser humano falla en su identidad y desempeño, Dios sigue pensando conforme a su plan original, llamándonos a subir a su realidad.
Obviamente sé que esto no va a cambiar a la fuerza policial y sin duda, en su mayoría ni les interesa lo que “yo” pienso. Sin embargo, esa determinación trajo a mi vida un cambio que me introdujo en otra posibilidad de vivencia, de otra dimensión, la dimensión del reino de Dios, un camino más excelente, viendo lo invisible para ver su manifestación. Me permitió captar un poco más el corazón de Dios hacia las personas y mi rol en la tierra para traer transformación del cielo.
“No tengo autoridad sobre lo que no amo” me ha llevado a reflexionar en la clase de amor con que estamos acostumbrados a funcionar como hijos de Dios. Tras las justificaciones, excusas y culpas que echamos sobre otros con la frase adicional, “yo te amo pero…”, “hasta aquí llego…” y “si vos solamente…”, estamos demasiado acostumbrados a funcionar en un amor natural, lejos de ese amor generoso que es el amor de Dios Padre. Si la Iglesia, el Cuerpo de Cristo, va a llevar a cabo el mandato de traer transformación en nuestro entorno, entonces tendremos que cambiar la fuente de amor desde la cual funcionamos.
Para reflexionar un poco, juntos veamos algunas de las características de ese amor que se encuentra en I Corintios 13:4-7 y vamos a leerlas desde diferentes versiones de la Biblia para captar mejor su significado.
- El que ama tiene paciencia en todo, y siempre es amable (TLA)
- El amor no es celoso (NTV)
- Ni se cree más que nadie. No es orgulloso. No es grosero ni egoísta. (TLA)
- No exige que las cosas se hagan a su manera. (NTV)
- No se enoja por cualquier cosa. (TLA)
- No se pasa la vida recordando lo malo que otros han hecho. (TLA)
- No se irrita ni lleva un registro de las ofensas recibidas.(NTV)
- El amor no se da por vencido, jamás pierde la fe. (NTV)
- El amor siempre tiene esperanzas y se mantiene firme en toda circunstancia. (NTV)
Lo impactante del amor de Dios es que más allá de tener una manera de conducirse, es parte de la identidad misma de Dios y de sus hijos. El amor de Dios nos posiciona en una seguridad y confianza, y también en una autoridad impresionante. Nos libra de la necesidad de tener que probar, defenderse y nunca es impulsado a culpar o atacar. Ese amor generoso de Dios nos permite “ser” sin que otros determinen o nos condicionan en “nuestro ser”. Dios ES y el amor de Dios ES. Es ser para después hacer. Es por ese motivo que no tenemos autoridad sobre lo que no amamos. Porque cuando no amamos, estamos viviendo fuera de “quienes somos” como hijos de Dios y la autoridad de Dios no funciona fuera de identidad.
Así que amado hermano, si eres uno de los millones de transformadores que Dios está levantando en este tiempo, nos toca vivir en nuestra identidad de amor para ejercer la autoridad que Jesús nos ha confiado. Llevaremos a cabo nuestro mandato viviendo en nuestra identidad del amor de Dios para dominar ambientes espirituales, facilitando que la gente pueda tomar las buenas decisiones que pueden traer verdadero bienestar a su vida y familia. Aceptemos esa obra del Espíritu Santo en nuestra vida, que nos da la posibilidad de vivir desde otro nivel. Seamos la representación fiel del amor de Dios Padre.