«Porque a los que antes conoció, también los predestinó para que sean hechos conforme a la imagen de su Hijo, para que él sea el primogénito entre muchos hermanos» (Romanos 8:29, RVC).
¿Lo ves?
Existe una verdad espiritual que afecta a todo ser humano; la conozcamos o no, esa verdad ejerce un profundo impacto en nuestras vidas. Cuando la descubrimos y cooperamos con ella, la vida se vuelve más ligera, fructífera y abundante. Pero cuando la ignoramos o la desconocemos, la existencia se convierte en una lucha de esfuerzos humanos, acompañada de frustración y desilusión.
¿Lo alcanzas a ver? Dios dijo a Abraham: «Levanta tus ojos y mira. Todo lo que alcances a ver, te lo daré». Por supuesto, hablaba de una tierra física, pero la aplicación trasciende más allá de lo que captan los ojos naturales. La visión, aquello que contemplas con los ojos del corazón, tiene una repercusión espiritual mucho más profunda: afecta tu calidad de vida, tu propósito y el impacto que tendrás en tu entorno como hijo de Dios.
Fuiste predestinado a ser hecho conforme a la imagen de Cristo. Es un diseño anticipado, establecido y provisto de antemano por Dios en Cristo. Sin embargo, hasta que lo veas desde tu interior, seguirás siendo moldeado por influencias y experiencias externas, en lugar de ser iluminado por la verdad dentro de ti. Como dice 1 Juan 4:17 (RVR1960): «En esto se ha perfeccionado el amor en nosotros (…) pues como él es, así somos nosotros en este mundo». Esa es tu verdad. ¿Lo ves? Tú ya eres como Él es. No es algo que sucederá algún día, ni lo serás cuando mueras; la imagen ya está en ti. Esa es la verdad que debes ver y abrazar.
Se cuenta la historia de un escultor a quien un hombre encargó esculpir un águila a partir de una piedra. Un observador curioso le preguntó: «¿Cómo vas a convertir esa piedra en un águila?». El escultor respondió: «No necesito convertir la piedra en un águila, solamente debo quitar lo que no forma parte del águila que está allí». Así también, tú no necesitas esforzarte en moldearte para «ser más como Cristo». Lo que debes hacer es mirar la imagen de Él en tu interior y desprenderte de lo que no forma parte de tu verdadera identidad.
El apóstol Pablo, en varias de sus epístolas, exhorta a los hijos de Dios a desechar lo viejo y despojarse de lo que no corresponde a la esencia del amor. ¿Lo ves? No es que te falte ser hecho conforme a la imagen de Cristo; lo que sucede es que cargas con aspectos y características añadidas que deforman la visibilidad de esa imagen. Has aceptado como propios ciertos rasgos, afirmando distorsiones y convirtiendo desilusiones en hechos.
Si tú crees que eres así, o que tu vida está determinada de esa manera, no mirarás más allá y esa será tu experiencia. Y aunque la verdad de que «como Él es, así eres tú» sea real, no la vivirás, porque sigues viendo una desilusión y la afirmas como tu verdad.
Lo que ves de ti mismo, de tu vida, de tu matrimonio, de tu familia y de tus finanzas, determina lo que vivirás. Por eso te pregunto: ¿Lo ves? ¿Puedes elevar tu mirada a un plano superior para declarar «Esta es mi verdad en Cristo; yo soy paz, yo soy paciencia, yo soy provisto, yo soy plenitud»?
¿Lo ves? ¿Alcanzas a ver esa verdad superior como la realidad para tu vida, abrazándola, afirmándola y manifestándola día a día?
«Con razón…»
¿Alguna vez alguien te contó algún detalle de un conocido y respondiste: «Con razón»?
Por ejemplo, admiras la habilidad deportiva de un amigo y alguien comenta que su padre y su abuelo también fueron muy buenos en ese deporte, a lo que respondes: «¡Con razón!». Seguro que entiendes lo que describo. Es gratificante cuando esa expresión está relacionada con algo bueno: una linda característica de tu mamá o papá, o un talento desarrollado porque invertiste tiempo en perfeccionarlo. Pero es muy distinto cuando ese «con razón» se asocia a algo negativo, como la deshonestidad de un familiar, el mal genio de un pariente o la mala reputación de los amigos con quienes pasas tiempo.
De tu vida deberían escucharse frases de «con razón» a causa de tu unión con Cristo. Así como los apóstoles, de quienes se decía que «se percibía que habían estado con Jesús». ¡Qué maravilloso es cuando ese «con razón» se relaciona con lo bueno, lo puro, lo honesto y lo verdadero! Que puedan decir de ti «con razón» porque eres alguien que refleja fielmente esa imagen de Cristo en tu amor hacia los demás, en tu compromiso con tu encuentro, o en que honras a tu familia espiritual.
Lo que asumes como tu identidad influye directamente en tu vida. Cuando ves y te identificas con «como Él es», tu vida refleja esa realidad. Si no logras ver que tu identificación está desviada, tendrás una hermosa imagen interior de Cristo, pero cubierta con «partes» que ocultan lo verdadero. Identificarte con Cristo te lleva a desprenderte de la mentira, del mal humor al levantarte por la mañana, de la necesidad de culplar a otros o siempre tener la razón, o de la falta de colaboración en el hogar al llegar cansado del trabajo. Todo lo que no corresponde a quien realmente eres se hace evidente inmediatamente y puede ser desechado o resistido cuando contemplas la verdad.
Cuando alguien dice de ti: «Es un hijo de Dios» y la respuesta natural es: «¡Con razón!», eso libera un ambiente de gozo y deleite, abriendo un camino por donde otros también pueden andar.
He dicho y escuchado tantas veces estas dos palabras: «Con razón». Muchas veces como respuesta de admiración hacia alguien, y otras como explicación de por qué había distorsiones de la verdad o la realidad que debería reflejarse en Cristo.
Pero tú has sido predestinado y eres alguien que inspira la frase «con razón» en todo sentido positivo y trascendente. Con razón eres hermoso en propósito. Con razón eres tan servicial y generoso. Con razón tu matrimonio ha cambiado radicalmente. Con razón eres una persona de integridad. ¿Lo ves? Con razón eres luz en tu entorno, porque eres alguien que sabe que es hijo.
No te enfoques en lo que percibes como falta, escasez o carencia de «espiritualidad». No te identifiques con características heredadas de tu línea familiar que solo afirman distorsiones y te roban la plenitud de la vida abundante en Cristo. Mira lo que eres en Él: una nueva creación, de una raza que antes no existía. Tú eres un hijo radicalmente amado y hecho conforme a la imagen de Cristo. Como Él es, así eres tú. Cuanto más lo miras, más patente se ve. Cuanto más lo afirmas, más evidente se hace.
Mira desde arriba la verdad superior. ¿Lo ves? Dirán de ti «con razón», porque inspiras a otros al reflejar la realidad de Cristo en tu vida.
«Porque no fijamos nuestra atención en lo visible, sino en lo invisible.
Pues lo visible es temporal, pero lo invisible es eterno» (2 Corintios 4:18, TPT).
«Mantén tus pensamientos siempre fijos en todo lo que es auténtico y real, honorable y admirable, bello y respetuoso, puro y santo, misericordioso y bondadoso.
Y fija tus pensamientos en toda obra gloriosa de Dios, alabándolo siempre» (Filipenses 4:8, TPT).
«Amados, ahora somos hijos de Dios; sin embargo, aún no es evidente (en su totalidad)1 en qué nos convertiremos. Pero sabemos que cuando se hace manifiesto, seremos como él, porque lo veremos tal como es» (1 Juan 3:2, TPT).
«Vivan con alegría, sin quejas ni divisiones entre ustedes. Porque entonces serán vistos
como hijos de Dios inocentes, intachables y puros, aunque vivan en medio de una cultura brutal y perversa. Porque aparecerán entre ellos como luces resplandecientes en el universo»
(Filipenses 2:14-15, TPT).
1 Aclaración desde el texto original.