Si es hora de cambios, si se siente incómodo, este es su mejor momento. El dulce sabor de la incomodidad ha llegado a su vida.
No debe haber un momento más desconcertante que aquel en el que nos sentimos expuestos en alguna situación incómoda con alguien, en algún momento o lugar.
Mientras escribo este artículo, abro mi corazón para confesarlo: muchas veces me he sentido así y, seguramente, usted también. Creo que es justamente ese el momento en que pensamos que tenemos dos opciones. Pero, ¿realmente las tenemos?
Cuando nos sentimos incómodos, comienza el camino hacia una única elección que puede ser trascendental en nuestras vidas. También creo que es allí cuando la luz de Su verdad no llega como mera información, sino como claridad en la oscuridad de lo incierto. Esa luz me invita a hacerme una pregunta crucial:
¿Realmente quiero esa transformación?
¿Quiero dejarme guiar por planes más profundos, desconocidos y muchas veces vertiginosos que confrontan mi realidad, dejándola obsoleta ante una transformación?
¿Por qué? Porque siempre que hay transformación descubrimos algo que jamás calculamos, algo que ni siquiera creímos posible. Solo aquellos que se animan a entrar en la «locura» de los planes altos, ajenos a una lógica humana, son quienes pueden decir: «Yo sé a dónde no quiero volver».
Los momentos incómodos son expertos en revelar los caminos que el Padre pensó para nosotros y para este tiempo.
Claro está que, si deseo esa transformación, si anhelo algo verdaderamente distinto para mi vida, voy a tener que tomar la decisión de no escapar de esa dulce incomodidad y preguntarme si de verdad quiero lo nuevo. No me refiero a cosas superficiales o pasajeras, sino a lo eterno, lo que es revelado al corazón. ¿Podemos respondernos estas preguntas?
¿Estoy caminando con gozo por haber descubierto que soy hijo de Dios?
¿Deseo, cada día más, entrar y conocer dimensiones mayores de Cristo?
¿Entiendo por qué estoy donde estoy? ¿Por qué hago lo que hago? ¿Por qué creo lo que creo?
Si su respuesta es «sí», le damos la bienvenida al maravilloso mundo de la incomodidad que lleva a la transformación.
Si no puede responder estas preguntas, le invito a que le pida al Espíritu Santo que abra los ojos de su corazón, para que pueda ver y entender que no está aquí por casualidad, que no se trata solo de usted. Nadie se salva solo, ni puede vivir en el limbo toda la vida resguardándose de la incomodidad. Vivir la vida que el Padre planeó para nosotros va mucho más allá de lograr metas y sueños personales. Vivir la dulce incomodidad me llevará a comprender por qué estoy aquí.
Es como aquel día en que Moisés se encontró con la zarza ardiente (momento raro, ¿cierto?) y oyó la instrucción de liberar a más de un millón de personas de la esclavitud, enfrentándose al faraón, alguien con quien había compartido gran parte de su vida. Qué momento incómodo. Y, sin embargo, allí recibió una sola certeza:
«Yo, Moisés, me encontré con el ‘Yo soy’ y Él me envía con ese sello. Ya no soy el Moisés que conocías, sino aquel que fue enviado por el ‘Yo soy’, el que me hizo menguar y confiar en que, por medio de mí, liberará a su pueblo. ¡Wow!»
Ese «Yo soy», que se revela a Moisés, también se evidencia en Jesús, cuando pregunta:
«¿A quién buscáis?» Y luego dice:
«Yo soy» (Juan 18:4–6, RVR1960).
La dulce incomodidad contiene dentro de sí al «Yo soy», para quienes desean esa transformación.
Un versículo que marcó profundamente mi vida, fue:
«Ensancha el sitio de tu tienda» (Isaías 54:2, RVR1960).
Al escuchar esta instrucción, me imaginé si la respuesta hubiera sido: «Mmm, no, ¿para qué? Estamos bien aquí, todos juntos. Hace calor, sí, pero nos arreglamos; un poco apretados, pero bien, nos queremos mucho…».
Realmente, creo que sería un error enorme para nuestras vidas, nuestra familia y nuestra historia, ignorar una invitación así. Aquí no hablamos de agrandar una tienda física, sino de ampliar nuestra forma de ver y creer para poder vivir la grandeza de los planes de Dios.
¿Por qué dejar algo donde quizás uno es exitoso y cómodo? Sería una locura, ¿no cree? Sin embargo, está comprobado que cuando una persona repite lo mismo una y otra vez, refuerza las mismas redes neuronales. Pero, si me atrevo a lo difícil, a lo desconocido, entonces el cerebro genera lo que se llama neuroplasticidad, se reorganiza, se activan nuevos genes y conexiones.
Esto puede parecer una innovación para esta generación, incluso un descubrimiento espectacular, pero esta verdad, y aún más profunda, ya la había expresado Pablo:
«Derribando argumentos y toda altivez que se levanta contra el conocimiento de Dios» (2 Corintios 10:5, RVR1960).
¿Y quién es Cristo?
La luz, la vida, la gloria, la plenitud, los planes que no caducan, la resurrección, el camino, la verdad.
Mi deseo es que usted, al leer con el corazón abierto, también se sienta inspirado. Con este artículo quiero generar una buena incomodidad, que nos desafíe a contemplar los pensamientos más altos que el Padre soñó para nosotros antes de la creación del mundo.
«Porque somos hechura suya, creados en Cristo Jesús para buenas obras, las cuales Dios preparó de antemano para que anduviésemos en ellas» (Efesios 2:10, RVR1960).
La idea no es inventar la rueda, porque ya fue inventada y es una gran invención en todos sus tamaños. La idea es salir de mi estado de comodidad para caminar con mi amigo, el Espíritu Santo, y descubrir las obras que ya fueron predestinadas, planes únicos que no podrán fallar.